Hipocresía. Es la palabra que se me viene enseguida a la mente, a la boca. Cuando se trata de Sanidad Pública, a los responsables políticos solo se les oye una retórica grandilocuente. Que inauguran esto o lo otro, o que se disponen a hacerlo. Pero jamás vi una foto o un vídeo de una o uno recibiendo asistencia o acompañando a un familiar “en el fragor de la batalla”, cuando las urgencias están a reventar. Y no digo que no exista; solo que servidor no la ha visto.
Demagogia. De esto me tildará más de uno o una para descalificar este post desde el primer párrafo. Dirá que es facilón, y que siempre vengo a decir lo mismo. Sin embargo, si se quedan conmigo, refutaré la mayor y pondré en relación lo expuesto en el primer párrafo con alguno de los males de la Sanidad Pública de nuestro país. De las 17 taifas que lo componen.
Sostengo: la igualdad ante la ley es un mito, un sueño. Papel mojado o declaraciones altisonantes. Pregúntenselo a reputados juristas. Y a la igualdad ante la Salud y la Sanidad le pasa tres cuartos de lo mismo.
Privilegio. Esa es la palabra clave. La élite política de este país se ha convertido en la moderna aristocracia de un régimen oligárquico tan antiguo como el mundo. Como tuve ocasión de manifestar en una reciente entrevista con ocasión de la publicación de mi novela «La Mole» (CLICK AQUÍ), somos Roma y nos corrompemos como los romanos. Del mismo modo, vivimos en una sociedad oligárquica, desde los tiempos del Senado romano al feudalismo, y desde la burguesía plutocrática a la élite extractiva de César Molinas. Solo que esta ha aprendido: «si quieres paz social, muestra igualdad aparente». Se advierte, entre otros lugares, en el Sistema Nacional de Salud.
El móvil. Los contactos. La agenda. Las élites usan nuestros centros sanitarios, pero por la puerta de atrás. Su privilegio es saber quién resuelve — bien — su problema o el de su familiar. Y disponer de su móvil. O el de su jefe. O el del jefe de su jefe. Que nos informará puntualmente que el Gran Patapuf tiene necesidad de nuestros doctos cuidados. Y, al saberlo, se nos pondrá una sonrisa de oreja a oreja — idiotas rematados que somos —. En primer lugar, porque Dios vino a visitarnos, a sacarnos de la existencia gris en las instituciones sanitarias (¡uno existe, pese a todo!). Y en el segundo, por que nos imaginamos — idiotas que somos, reitero — que el Gran Patapuf nos estará agradecido, de algún modo, y que ello redundará en un beneficio futuro, caso de que haya que desbloquear algún asunto engorroso que nos afecte.
(Inciso: ¿os acordáis cuando, hace relativamente poco, la Gran Patapuf máxima cerró una planta de un hospital público para su primer parto? Es de lo que escribo: ser atendida en la Pública y por los mejores, pero no como una más. Lo de “Rebelión en la Granja” del gigantesco Orwell: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. Que viene a coincidir de modo irónico con el lema del Servicio Andaluz de Salud por aquellas fechas: “Mejor para ti, igual para todos”. Bueno… Para todos, todos… Depende. Ya se vio, entonces. Y se sigue viendo, sin lugar a dudas)
Nos hemos criado en el miedo a la oligarquía, al poder. Es ancestral. Y nos desvivimos atendiendo al poderoso o la poderosa. No nos podemos imaginar que, a la inversa, solo suscitamos un sentimiento que, cuando mejor, es simple indiferencia. De ahí para abajo.
Claro que nuestro servilismo no acaba en la facilidad para el contacto — cuando usted quiera, como usted quiera —. Por el/la poderoso/a rompemos todos nuestros esquemas asistenciales. Por ejemplo, le damos nuestro número de móvil, cuando nunca lo hacemos. O contestamos a su llamada en medio de una comida familiar, cuando esa no es nuestra costumbre. Y no lo damos de alta, cuando así lo forzamos con frecuencia con el ciudadano medio, forzados a nuestra vez por los dictados de la gestión clínica y de nuestro/a jefe/a. Nuestro trato con el poderoso le confiere el salvoconducto de trato especial. Privilegio no escrito, ya digo. Y digan de nuevo que este post es demagógico. Pero díganlo en público; tengan el valor de hacerlo.
La igualdad ante la Sanidad es un mito, lo subrayo. Y si no, ¿cómo le llamamos al hecho de que buena parte de los funcionarios están adscritos a un sistema de aseguramiento completamente diferente, donde las normas, los derechos y los flujos asistenciales son radicalmente distintos a lo dispuesto para el común de los mortales…? Hablo del sistema MUFACE, y de nuevo tengo que sacar a colación la palabra «privilegio». Otros cauces para la derivación al especialista, otros tiempos para las exploraciones complementarias y otras listas de espera. Un sistema que ninguno de los dos partidos del turno han cuestionado jamás y que consagra el privilegio — una vez más — de una capa media de la población, pero probablemente dotada de más recursos, al menos intelectuales. Que servidor se pregunta qué pasaría si, de repente, todos los beneficiarios de MUFACE pasaran al Sistema Público. Tal vez la protesta sería atronadora.
Pero, hilando con lo previo, lo que impide toda capacidad de reforma del Sistema somos nosotros, los profesionales. Nuestra sumisión al poder. La sonrisa servil que se nos pone cuando nos llama el Gran Patapuf. Porque,mientras este disponga de nuestro móvil, mientras nos levante de una comida o nos llame un fin de semana, el Gran Patapuf no pisará NUNCA su Centro de Atención Primaria, no sabrá NUNCA lo que son números de teléfono que NO funcionan, no se sentará NUNCA en salas de espera atestadas donde la gente grita nerviosa o encolerizada y, en suma, no padecerá NUNCA NADA de lo que padecemos el común de los mortales en nuestro sufrido contacto diario con el Sistema Público de Salud.
(Inciso 2: ahora que debatimos sobre “violencia obstétrica”, término polémico al que yo me adscribí desde mi blog (CLICK AQUÍ)… ¿Creen ustedes que la Gran Patapuf máxima está en condiciones de abordar el problema después de recibir todos los mimos y parabienes del personal en la planta del hospital público cerrada para su parto? En buena medida, puede proponerse que la violencia obstétrica es una disfunción grave del Sistema consecuencia de que personas como la Gran Patapuf — y otras —, dueña y señora de los presupuestos, no tengan ni idea de qué va la asistencia obstétrica REAL)
Con nuestra actitud servil, los profesionales sanitarios fortalecemos y perpetuamos el régimen de PRIVILEGIO. Y la OLIGARQUÍA PRIVILEGIADA, claro está, no ve, no siente, no nota, no tiene ninguna necesidad de priorizar la urgentísima reforma del Sistema Sanitario. Escucha mejor a los jefes de los jefes — el hombro está más cerca de la cabeza que la mano —, elegidos por los altos cargos para transmitir presión hacia abajo, y devolver a estos que todo marcha como una seda. Justo lo que estos sueltan luego en platós, tribunas e intervenciones públicas. El círculo de la mentira. Y abajo, como siempre.
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El poder y nosotros. El poder y la Sanidad. La Sanidad y nosotros. Una ecuación difícil para abordarse con franqueza. Y, por tanto, el caldo perfecto para una trama criminal. Una trama cuyo esclarecimiento nos dirá mucho acerca de lo que no se dice, justamente: de la relación imposible entre gobernantes y gobernados, y del papel nuclear que juega la Sanidad Pública en todo ello. Y, en medio de todo, un gran hospital público: “La Mole”. Mucho más que gran hospital, máquina de poder. Una novela negra de Federico Relimpio (CLIK AQUÍ).
Firmado: Federico Relimpio (CLICK: “sobre mí”).
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El sistema está podrido. Hasta los cimientos. Entre todos la mataron y ella sola se murió, como dice el dicho popular. La hipocresía y el desprecio de los de arriba, que no se dignan en conocer, o mejor dicho, en reconocer la realidad del día a día ha abierto un cisma infranqueable, cisma que por otro lado se ha abierto también con la sociedad, los “usuarios”, que ven cómo nos tratan y, lamentablemente, se han apuntado al carro del pisoteo sistemático al trabajador.
Esto no tiene arreglo.
Leben sie wohl
Solo quedamos nosotros. En serio.
He leído tu post, me resulta muy familiar, si me permites una pequeña anécdota, hace años ( más de 10) llegue a este hospital (el tuyo) vine sin la aquiescencia del Rey Escorpión lo que me causo muchos dolores de cabeza, pero bueno eso es otra historia. Era solo por ilustrar la situación un poco. Un día estando de guardia, me dicen que alguien quiere hablar con el médico de guardia, al ponerme escucho la inconfundible voz del “Rey” que al oírme me dice” hay alguien más de guardia” si claro le contesto. “Dile que se ponga” mira va a ser difícil está haciendo una técnica….” Tu dile que quiero hablar con el” yo con la seguridad de lo que pasaría, me acerque y se lo dije, sorpresa total cuando veo que se quita los guantes deja lo que estaba haciendo y va a coger el teléfono. Lo que sigue esta tambIen dentro de tu post. El compañero me dijo que tenía que salir un momento…la técnica estaba a medio hacer…. Tarde en enterarme, pero al final supe lo que ocurrió. Te resumo… el Rey Escorpión llama a un súbdito para ordenarle que vaya a recibir al Elefante Blanco que va a llegar con la sospecha de una fractura de muñeca, entrará por una puerta no habitual. También supe que no solo estaba mi compañero, estaba el jefe de la guardia, el trauma, alguien de enfermería etc..etc que hicieron una asistencia “normal” de urgencias. Por cierto el impresentable le comento a mi colega que le dijera al Elefante Blanco que iba en representación suya. No te canso más ..otro día igual contamos cual fue el diagnóstico y el tratamiento. Un saludo desde la distancia
Miles de historias silenciadas. ¿Quién nos iba a escuchar? Y de oírnos, ¿adónde íbamos con estas historias? Solo al despacho del jefe, a recibir un sopapo. Pero ya es hora de poner el ventilador. Gracias, Fran. Y todos los Franes que sepan algo. Este es su lugar, bienvenidas, sus historias.
Gracias por tus letras…hoy lo veo de otra manera…pero sabes cuál es la peor experiencia? No es lo peor tener que soportar al Rey Escorpión…con mi edad he visto/padecido/ sufrido todo tipo de responsables( no jefes) , inútiles, fantasiosos, ineptos cabales, indigentes morales etc… Lo peor es compartir el trabajo con una pléyade de buenos profesionales con la cabeza permanentemente agachada, sin capacidad de crítica… y con una actitud que si un día dicen que hay que ir con la cabeza pintada de verde …se acabará el tinte en los comercios cercanos. Desgraciadamente me he avergonzado muchas veces de pertenecer a ” este” grupo. Saludos.
Gracias a ti. Totalmente de acuerdo. No hay tiranía sin el “silencio de los corderos”. Sin esa pléyade de “doctores Stanton” (¿Quién es el doctor Stanton CLIC AQUÍ?) dispuestos para el sacrificio, de uno en uno, antes de poner su firma en un escrito colectivo que incomode a la superioridad.
Acertadísimo en todo su contenido a mi juicio, colega. Te felicito por tu clarividencia.
Gracias, Manuel!