A veces, me sonrío íntimamente cuando oigo a ciertos colectivos hablar de malos tratos y de recuperar la dignidad. Es algo que está ahí, en los platós, en las entrevistas de radio o en las columnas de prensa. Cualquier colectivo caracterizado por esto o por lo otro elige un portavoz dotado de cierta elocuencia y helo ahí, exponiendo cuitas, siglos de incomprensión y ninguneo, y la urgentísima revisión de una situación opresiva, intolerable, a todas luces inaplazable.
¿Es que me estoy burlando de las reivindicaciones de este colectivo o el otro…? En absoluto. La mayor parte de los casos, examinados de cerca, son comprensibles y asumibles. Discúlpeseme, por tanto, el tono irónico del primer párrafo. Se comprenderá enseguida, por lo que viene a continuación.
Voy a poner un ejemplo. Lo estoy viendo en los últimos días en cartelones de mi ciudad. Una campaña justa y bien diseñada. Para nada se me ocurre mofarme. Aunque no es preciso ser más explícito, corro el riesgo: adoptar un animal de compañía es asumir cuidados que van mucho más allá de lo elemental reseñado en el lema.
Y ahora, voy al sentido de este post. Voy a lo inimaginable. A lo que nunca veremos en cartelones colgados de autobuses o metros. Incomprensiblemente, por cierto. Y, de la importancia, ya me diréis vosotros.

Te puedo poner otro ejemplo.

Así de simple. Porque, la verdad, no lo entiendo. Podemos gritar, hasta desgañitarnos por esto o por lo otro, pero, como sociedad, hemos aceptado que la Medicina Pública — y especialmente Atención Primaria — se convierta en una cartilla de racionamiento, un rápido-rápido, de escaso valor añadido, donde un tipo o una tipa atribulado sobrevive a duras penas luchando contra sus nervios por llegar al fin de la jornada o al de su vida laboral. Sin que le quepa alzar la voz contra la miseria de sus condiciones ni de la pobreza de la calidad de los cuidados que dispensa. Y con una muchedumbre que hace tiempo que asumió que esto es así, y que no tiene remedio. Y, por si fuera poco, la asistencia dispensada por la mal llamada “privada” (lo consultorios del aseguramiento privado) viene calcando las condiciones asistenciales de la pública, como puse de manifiesto recientemente.
Como país, tenemos en el inconsciente colectivo que la actividad clínica — la entrevista médico-enfermo — es algo rápido, elemental, apenas unos minutos. Sorprende que cualquier oferta de trabajo en Atención Primaria del norte de Europa pone por delante… ¡treinta minutos por paciente!
Vivimos en la falsedad clínica. En la negación de los contenidos de las Guías de Práctica Clínica. Porque son groseramente incompatibles con las agendas reales de nuestros dispositivos asistenciales. Y hacen ridículos textos rimbombantes como el Plan Regional de tal o cual enfermedad que delega tantos contenidos, por ejemplo, a Atención Primaria, cuando este nivel asistencial nunca ha estado dotado para asumir ni la cuarta parte de la mitad de dicho plan.
Pero lo más lamentable es cómo asumimos la falsedad, cómo convivimos con ella y cómo apenas se presta atención a las voces que vienen denunciando el problema. Cómo sabemos que otro mundo asistencial es posible en otros mundos, con PIB y renta per cápita no tan-tan diferente del nuestro, pero nadie se plantea poner los anuncios en cartelones de los autobuses. Hemos asumido que es un imposible. Antes de empezar a hablar del asunto.
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Firmado: Federico Relimpio
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