
En primer lugar, quisiera disculparme por introducir la subjetividad de mi perspectiva personal. Como endocrinólogo, mi vida profesional me llevó a interesarme por la diabetes. En mis comienzos, era algo relativamente raro: se trata de una enfermedad engorrosa, poco lucida clínicamente. Era frecuente que algunos colegas exhibieran una sonrisa de sorna al ver mis aficiones. O mejor, de alivio: al fin encontramos un ingenuo al que le gustan estas cosas. Con dos o tres más como él, los demás podemos dedicarnos a cosas más interesantes. O menos laboriosas.
Fue la lectura de tantos trabajos científicos lo que me fue atando al problema: la certeza de que la historia natural de una enfermedad cruel y destructiva podía ser vencida. Luego me percaté de que no era la historia natural de una enfermedad, sino la trayectoria de una vida, su duración y su contenido. Poder ver o no a los tuyos, poder caminar por la playa y sentir las olas sobre tus pies. Suena cursi, ¿Verdad?… Pero son las pequeñas felicidades para las que vive uno en el día a día. De este modo, me di cuenta de que la diabetes iba con la vida, y la vida con la diabetes, e hice un largo viaje con tantos pacientes a los que sigo después de más de veinte años. Una estrecha relación que causó un grado de hilaridad entre mis jefes… “Este quiere salvar el mundo”.
A lo largo del camino, me encasqueté las enseñanzas del Steno 2 en el cerebro y las apliqué a vidas y visitas, con los resultados consiguientes: macroalbuminurias que pasaban a microalbuminurias, y luego desaparecían. Riñones tocados que permanecían a flote doce años, o más. Y mil cosas más, que no cuento para no aburrir. Solo decir que esta pasión profesional hizo escuela: compañeras tengo que a esta trinchera vinieron de cabeza, y que hoy ejercen altas responsabilidades administrativas – yo el despacho no lo quise; me gusta el sabor de la pólvora -.
Pero hasta ahí lo personal, que ya ven a lo que me lleva. Luego llegaron los tiempos de la gestión clínica. Los jefes adustos que describo en mi novela K.O.L. Líder de Opinión. Las acreditaciones y los objetivos. Los riñones de mis pacientes, a flote tras doce años, estabilizados después de mil revisiones, debían de ser dados de alta para facilitar que la demora fuera la mínima. Y ahí voy.
¿Adónde se fueron tantos de mis pacientes diabéticos y adónde siguen yéndose hoy, tras acabar un corto periplo de insulinización y ajuste?
La respuesta es clara: a sus casas, con los suyos. A cuidarse con el Equipo de Atención Primaria. Con su enfermero y su médico. Tal y como disponen los sucesivos Planes Andaluces de Diabetes.
No discrepo con ello. Al menos sobre el papel. De hecho, es lo que sucede en los países a los que nos queremos parecer. Y podría funcionar. De hecho, aún puede. Pero echemos un ojo a lo que está sucediendo para planificar las soluciones. Si son posibles con lo que tenemos.
No voy a insistir en que estos pacientes son complejos y polimedicados. Es obvio. Parte de su atención puede encomendarse a enfermería, pero ojo: estas personas desarrollan sus vidas en una maraña fisiopatológica, farmacocinética, farmacodinámica y de efectos indeseables. Necesitan un médico ducho, motivado y con tiempo. Y ahí voy.
Que médicos duchostiene la primaria no es que uno lo suponga, es que lo sé. Lo sé porque los conozco y porque he participado en su formación durante más de dos décadas. Y si hay que mejorar la formación – como si tengo que mejorar la mía –, se hace. Ese no es el problema.
La motivación es otro cantar y ahí se está esmerando el Sistema – y la Sociedad que lo engendra – para aniquilarla. Que a ver cómo uno aguanta la trinchera y la pólvora con el trato a patadas – y prolongado durante décadas -, comidita la autoestima. Pero ahí lo dejo, que eso también da para otro post.
Voy al tiempo. Objeto de la sonrisa de tantos responsable de la mesocracia, y la versión española – y especialmente, la andaluza – de lo que llamamos gestión clínica. “Apáñate”, “organízate”, “establece prioridades” y un largo etcétera de latiguillos de manual. Pero la realidad son unas horas y unos contenidos. Un número de pacientes y sus necesidades. Asistenciales y burocráticas. Una pantalla plana que dicta tiempos y unos programa que funcionan o no, o se detienen y se caen. O te recuerdan si prescribes “bien” o no. Y, además, objetivos como la demora cero. Y los tercer grados con tu jefa o jefe.
¿En cuántos minutos reales– pantalla aparte – se queda el acto médico en Atención Primaria?
¿De cuánto tiempo dispone el médico de Atención Primaria para realizar una atención efectiva para un paciente complejo y polimedicado como el paciente diabético?
@frelimpio