No cabe la menor duda de que la diabetes es uno de los mayores problemas de salud de nuestra sociedad. Lo es ahora y, con toda probabilidad, lo va a ser a lo largo de las décadas que vienen, sin que se advierta tendencia alguna a la mejora en cuanto a la prevalencia de la enfermedad o de sus complicaciones.
Asumo que todos aceptamos que la correcta atención a la diabetes no es el cometido de una especialidad médica en exclusiva, ni siquiera del estrato médico. Hasta comienzos del presente siglo, la atención a la enfermedad que nos ocupa por parte del Sistema Público venía lastrada por dos elementos — entre otros muchos —:
- La infrafinanciación y otros problemas organizativos de Atención Primaria.
- La heterogeneidad de recursos sanitarios de una Comunidad Autónoma a la otra, e incluso, de un lugar a otro, dentro de la misma Comunidad.
Cabe decir que estos dos problemas, lejos de mejorar, han experimentado un agravamiento en las primeras décadas de este siglo.
Sobre este panorama, que podríamos describir de desequilibrios, nos sobreviene recientemente el desafío de incorporar un cambio tecnológico mayor, que ha modificado profundamente nuestro modo de abordar la diabetes. No se trata solo de cambios de índole general, como la digitalización de la historia clínica y la receta, la presencia concomitante de teclados y pantallas, así como la necesidad de introducir la palabra clave de sistema muchas veces al día. Tal fue el cambio de la primera década de este siglo. Sobre el mismo, en la segunda década hemos incorporado otras innovaciones, como los sensores de glucemia y sus descargas.
En este sentido, no cabe la menor duda de que la tecnología aplicada a la diabetes ha revolucionado nuestras posibilidades y los objetivos terapéuticos. Y, si ello tuvo una aplicación más inmediata a las formas más lábiles de la enfermedad — habitualmente atendidas en las consultas de Endocrinología —, pronto se ha puesto de manifiesto que las posibilidades de los avances tecnológicos exceden los límites inicialmente previstos, para aplicarse a un conjunto mucho mayor de pacientes — sobre todo a pacientes con diabetes tipo 2, y de otro rango de edad —.
De este modo, asumiendo los problemas preexistentes y el cambio tecnológico sobrevenido, creo que es obligado poner de manifiesto la palmaria insuficiencia de medios de nuestro Sistema de Salud para una aplicación mediana de los recursos disponibles a la población diana. Y ello es especialmente sangrante en lo que concierne a la falta de enfermería especializada y a la crisis profunda y progresiva de la Atención Primaria.
En lo que concierne a la atención especializada, a fecha de hoy, es preciso señalar la ausencia de homogeneidad siquiera aproximada en las condiciones asistenciales de la diabetes en nuestro país. A título de ejemplo: el Hospital de Día y las consultas monográficas tienen una implantación desigual en el territorio. Y si los tiempos asistenciales ya eran insuficientes a final de siglo, tras la informatización y, más aun, tras la incorporación de las nuevas tecnologías, se nos han quedado inaceptablemente cortos.
Además de constituir una fuente de frustración para pacientes y profesionales, la limitación de tiempo repercute de modo directo en los resultados en Salud. Se trata de una insuficiencia silenciada, aceptada a regañadientes por una población resignada, acostumbrada a las deficiencias. Una insuficiencia, además, convenientemente ignorada por los estratos superiores de gestión, habituados a la lejanía de estos problemas de base y, digámoslo ya, relativamente inmunizados a las peticiones de los profesionales.
Por decirlo de un modo simple: como sociedad, padecemos una enfermedad ligada al envejecimiento, el sedentarismo y el sobrepeso. Como nación desarrollada, poseemos un Sistema de Salud, y somos capaces de adquirir tecnología y aplicarla en tantos casos que se benefician de ella. Con todo, parecemos incapaces de modificar esquemas asistenciales obsoletos heredados del siglo XX.
Hasta el momento, estos hechos se han ido parcheando de un modo u otro, ligados a la sensibilidad diabetológica y capacidad dialéctica de los responsables de la atención — sobre todo los cargos intermedios —, a su capacidad de interlocución con gerencias y distritos, así como a la distancia y frialdad de los despachos de las diferentes servicios de
salud autonómicos. El resultado es, como puede verse, la desigualdad y el desequilibrio, con una gran tendencia a concentrar recursos en las grandes capitales. La España vaciada también lo es en el sentido que nos ocupa.
En este sentido, es la opinión del que les escribe que la atención de problemas de salud del ciudadano no puede depender de una sucesión de pequeñas batallas entre diferentes niveles de la administración sanitaria, desconfiados los unos de los otros.
Urge, por tanto, una acción nacional y unitaria. Y creo que lo primero que tenemos a mano de este carácter es la Sociedad Española de Diabetes. Llamo, pues, la atención de sus miembros — pero, sobre todo de sus dirigentes — a la reflexión acerca de lo que acabo de escribir y, después, a denunciar la situación y promover una acción. Una acción reflexiva, comparativa con los países de nuestro entorno y de comunicación con nuestra sociedad. Una acción mediante la cual la Sociedad de Diabetes se exprese con claridad: nuestro Sistema de Salud, gestionado de la forma descentralizada en que lo hace, tiene que contemplar una serie de mínimos asistenciales en diabetes. Mínimos de obligado respeto en todo el territorio nacional. O, si se quiere, en todas las naciones que componen nuestro territorio. A fin de cuentas, los fines de una sociedad científica trascienden del ámbito del conocimiento para repercutir en el modo en que este se aplica.
De dicha reflexión es de esperar su manifestación en forma de documento público. Y, de ahí, al debate abierto y a la interacción con el poder a fin de obtener una garantía normativa de obligado cumplimiento para todos los niveles de la administración sanitaria.
Solo mediante un pronunciamiento basado en la evidencia y en la práctica de los países de nuestro entorno obtendremos la fuerza de cambio benefactora necesaria frente a gerencias y consejerías.
Nota: manuscrito presentado en debida forma y rechazado por la revista “Endocrinología, Diabetes y Nutrición”, órgano de las Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición y la Sociedad Española de Diabetes.
Firmado: Federico Relimpio (CLICK: “sobre mí”).
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