Zapatero era un encantador de serpientes. Mesiánico para las gentes de izquierda. Vendía talante y sonrisa. Progresía, feminismo, tolerancia y expansión de los derechos civiles. Todo estupendo mientras la caja estuviera llena. Y lo estuvo mientras funcionó la bricoeconomía puesta a punto por el PP – gigante con pies de barro -, que Zapatero respetó punto por punto – no se carga uno a la gallina de los huevos de oro-. Pero una crisis enorme venida de fuera pinchó el sueño y vino a demostrar a él y a todos los demás que los marinos avezados se demuestran en las galernas. Y él no lo era, ya lo hemos visto. Sólo era un presidencialista, “la solución de todo”, empeñado en rodearse de grisuras hasta el punto de comprometer de modo muy serio cualquier proyecto alternativo dentro del partido. De aquellos polvos, estos lodos.