Se lamenta hoy en El País mi apreciada Concha Caballero de las profundas heridas que dejará en los derechos adquiridos – y perdidos – la próxima salida de esta crisis. Extracto:
“Nunca en tan poco tiempo se habrá conseguido tanto. Tan solo cinco años le han bastado para reducir a cenizas derechos que tardaron siglos en conquistarse y extenderse. Una devastación tan brutal del paisaje social solo se había conseguido en Europa a través de la guerra. […] Por eso, no solo me preocupa cuándo saldremos de la crisis, sino cómo saldremos de ella. Su gran triunfo será no sólo hacernos más pobres y desiguales, sino también más cobardes y resignados ya que sin estos últimos ingredientes el terreno que tan fácilmente han ganado entraría nuevamente en disputa.
Sí señor; así es, Concha. Pero profundiza en tu análisis y reparte correctamente las responsabilidades. ¿Se ha dado el retroceso en todos los países por igual? No hay que ir demasiado lejos para encontrar otros que han sido más previsores o más inteligentes.
30 años de retroceso. Pero también 30 años en los que hemos recibido el maná de millones de fondos europeos. Millones de fondos para construir infraestructuras – se ha hecho; a veces bien, pero a veces tirando el dinero -. Pero podemos plantearnos si nos hemos preocupado de favorecer adecuadamente el desarrollo de una estructura industrial-empresarial sostenible y competitiva que nos permita compensar la caída del ladrillo y sus colaterales. En lo que muchos están de acuerdo es que, en su lugar, hemos nutrido una partitocracia clientelar y corrupta y hemos fomentado la desafección y el desaliento. Ahora tenemos que comenzar por rehacer los pilares de nuestra Democracia, comenzando por la ilusión y la transparencia. Se nos olvida que el ejercicio de los derechos es imposible sin las correspondientes partidas presupuestarias. Y que todo ello es imposible sin un saneamiento económico, que procede de un país vivo y dinámico. Que confía en sus instituciones y que puede también hacerlo en el futuro.
Después de todo esto, sigo apuntándome a la máxima atribuida a Kennedy: “la mejor forma de bienestar es un trabajo bien remunerado”. En la medida que nos reorientemos en este sentido, dejaremos de llorar y construiremos futuro. Y, por tanto, confianza.