No apreciamos lo que tenemos. O mejor dicho, lo que teníamos. Lo digo de verdad, con el corazón, no quiero estampar aquí una frase hecha. Supongamos las elecciones que vienen. El patio calentito… ¿Verdad? A Rajoy se le escinde un grupo a la derecha. Por ultracatólicos o por ultraespañolistas. Que lo consideran tibio de fe o débil de ademán. Les pongo incluso nombres a los grupúsculos. Que por otra parte circulan ya en la web, vaya. Pero podemos imaginarnos otros nuevos: España Cristiana o Pueblo Español. Figúrense lo que quieran. Metan fuego en las ondas, en los papeles, en las cadenas. Comentarios, vídeos… Todo a revienta caldera.
Juan Rodríguez tiene veinte años, y es de profundas convicciones religiosas. Ahora, represéntense el ping-pong de los padres, de la familia, del cole, de los amigos: “¡Se está rompiendo España!”. Lleva veinte años de mensajes, de soflamas. Y varios años de soledades, de páginas webs, de foros. Rumiando consignas de ciertas redes sociales. Y llega la chispa de la iluminación.
Y allí se planta con la pistola, el cargador lleno. Con la cara de progresista, que hay que pasar desapercibido. Ahí están todos: los mataniños, los maricones, los descreídos, los flojos, los que nos esquilman a impuestos. El resto… Para ustedes.
¿Está tan lejos todo eso? ¿Por qué no aquí?… ¡Díganmelo!… ¿No se dan todos los ingredientes!… ¿Qué no hay tantas armas de fuego? ¡Muévanse un poco en ciertos ambientes! ¡A ver si no las encuentran!
¿Soluciones? ¿Prohibir? ¿Vigilar? ¿Policía? ¡No! ¡Presencia! ¡Combatir con argumentos! ¡Deslegitimar!
Buenas noches, mundo. Consternado estoy de lo que hay, y peor, de lo que puede haber.