La cuestión es compleja, se mire como se mire. Como sociedad, nos hacemos viejos. La base, es decir, la juventud, es un estrato más pequeño que en épocas anteriores y ahora, por mor de esta maldita crisis que tardará en largarse, mayoritariamente desempleada, subempleada y, en todo caso, mal pagada. Nuestra sanidad es cara. Carísima, mire usted. Y sus responsables llevan ya un tiempo estirando el chicle y echando el freno. Lo que se llama «gestión», tan en boga en los últimos tiempos. Los nuevos fármacos son carísimos. Y todos los queremos, aunque sus ventajas sean cuestionables o marginales. Claro, llega un político nuevo, ve las cifras, se aterroriza y saca la tijera… «¡Como sea!» Recortar o quiebra. Pero recortar en sanidad pública es – y nunca mejor dicho – dolorosísimo. Sobre todo cuando cunde la idea – probablemente muy injusta – de que los que manejan la tijera pertenecen a un estrato que no se aplica a si mismo tales rigores.