El poder miente. Pero es por tu bien, como le decimos a los niños. Mira a tu alrededor… ¿Qué ves?… No digas casas, coches, gente… ¿Qué más?… Mira bien… Eso, ya vas comprendiendo: tranquilidad, seguridad… Incluso en la peor crisis desde la segunda guerra mundial los bares siguen llenos… ¿Cómo te crees que hemos conseguido eso?…. Es que hay cosas que no puedes entender, mi niño, que no se pueden decir… Que sólo se entenderán a posteriori, cuando el garbanzo esté tierno y bien sazonado y no tengas ni tiempo de sentir hambre… ¿Cómo te vamos a explicar el complejísimo conjunto de relaciones que permite una relativa felicidad que gestionemos los de siempre?
Recuerda lo de Adolf Hitler: “El poder, si no es absoluto, no sirve para nada.” Él dijo a millones las mentiras que querían oír. Y fue aupado al poder en consecuencia. Y obtuvo todo el poder para seguir diciendo mentiras. Y consiguió sesenta millones de muertos, propios y ajenos. Y tal poder tuvieron sus mentiras, que aún hoy su imagen es objeto de culto para muchos. Que hay quien piensa que la historia fue injusta con él, vaya. Pero con todo su inmenso poder de coerción e intoxicación nunca se atrevió a presentar a los suyos abiertamente la solución final. Bombardeó a su pueblo día y noche durante doce años sobre la maldad de los judíos. Pero no se atrevió a decirles que los campos de trabajo – “arbeit “ – eran en realidad campos de exterminio. Es la culminación de la mentira sobre la mentira dentro del más totalitario de los poderes, dotado de un eficacísimo sistema de propaganda.
Enterrado el fascismo, finiquitados en su mayoría los regímenes de partido único, creíamos ilusamente que el triunfo aparente de la democracia y el fin de la historia acercaría las palancas del poder al quiosco de la esquina, a la escoba del barrendero. Lecturas tan recomendables como 1984 y Un Mundo Feliz nos advertían precozmente de cómo recuerdos, sentidos y pensamientos pueden ser manipulados a voluntad por poderes remotos, configurando masas dóciles cuyos votos se dirigen aquí o allá con la misma vehemencia con la que se alzaron los brazos enhiestos en los años veinte o treinta.
El oscurantismo de la partitocracia moderna. Sus dificultades financieras. Su necesaria conexión con extraños intereses. Su desconexión de los problemas reales. Su reenfoque sobre problemas menores, no prioritarios o simplemente inventados – cortinas de humo -. La emergencia e infiltración de los lobbies a un lado y otro de la partitocracia. La compra de voluntades en un más que necesario periodismo independiente. La desaparición o arrinconamiento del mismo. La aparición de los conglomerados político – financiero – mediáticos, con sus lobbies. Opte usted por h o por b, por vagas inclinaciones viscerales, sin otro análisis. Por maximalismos o soflamas. Comiéndose la mitad de la información. O administrándola sabiamente a cucharaditas. O presentando lo azul como negro o lo verde como gris.